Literatura ecuatoriana
Narrativa ecuatoriana de la Generación del 30
¡Hola! Soy Edmundo. Estoy sentado en mi cuarto con algunos libros a mi alrededor y una pregunta: ¿cuál es la importancia del arte? ¿Por qué se crean novelas, canciones, esculturas, obras teatrales? Digamos que en el fondo mi duda se refiere a por qué estoy sobre una silla frente a varios libros de literatura. ¿Qué me pueden aportar? ¿Son capaces de cambiar algo en mí, en los demás, en la sociedad? Son muchas interrogantes, lo sé, pero en el fondo todas confluyen sobre una: ¿qué relación había entre la realidad, los novelistas y las obras narrativas de la Generación del 30?
Ahora, esto de la Generación del 30 es una forma que tienen los estudiosos de la literatura ecuatoriana para simplificar un poco las cosas y permitirnos hablar con mayor rapidez de muchísimos escritores y de varias tendencias. ¿Quiénes eran y cuáles tendencias? Por ahora digamos algunos nombres que a lo mejor te son familiares: Jorge Icaza, Adalberto Ortiz, Alfredo Pareja Diezcanseco, Enrique Gil Gilbert, Demetrio Aguilera Malta, José de la Cuadra, Joaquín Gallegos Lara, Pablo Palacio… Pero todo esto es una simplificación, como cuando dibujamos un muñeco de palitos y decimos: este soy yo. La idea de nuestra clase, en cambio, será que intentemos pintar el cuadro completo, con sus detalles, sus secretos, sus colores, sus muchos personajes y los gestos que ellos hacían.
En el fondo de esta pintura nuestra podemos perfilar algunas escenas que no están del todo lejanas a nosotros. ¿Qué conoces de las primeras décadas del siglo XX en Ecuador? Seguramente algo te han contado, quizá como una historia de familia, quizá como una clase de Estudios Sociales. Era un momento de crisis, en muchos sentidos similar al que vivimos hoy debido a la pandemia del COVID-19. Primero ocurrió una revolución, la de Eloy Alfaro, que más allá de que la mencione cada tanto algún político con intenciones confusas, supuso un cambio radical en nuestra sociedad. ¿Por qué? Bueno, porque las mujeres, los campesinos, los obreros, las vendedoras callejeras, las artesanas, los indígenas, los negros, los montuvios, todas aquellas personas que antes no tenían la oportunidad de intervenir en política comenzaron a hacerlo. No fue algo instantáneo. Pero algún día pueden ir a un archivo histórico y revisar los periódicos de la época. Reportes de huelgas obreras, de nuevas organizaciones políticas, discursos con palabras distintas que nombraban por primera vez realidades por mucho tiempo silenciadas.
Bueno, ¿y qué similitudes hay con el tiempo que vivimos hoy? ¿Qué pasó en aquel momento que fuera tan dramático como esta pandemia? Por aquel entonces, la economía ecuatoriana se sostenía por la producción de un solo fruto: el cacao. Me encanta el chocolate, pero sé que a mi perro no puedo darle ni un pedacito y sé que tampoco a mí me hace bien comer demasiado. El problema es que nuestra sociedad en ese momento era ciega y solo pensaba con el estómago, el paladar y el bolsillo: hay que llenar el mundo de chocolate y nuestras billeteras de dinero. Lo que no esperaban es que estallara la Primera Guerra Mundial. Ahora, los países que nos compraban cacao no tenían interés en hacer ricos chocolates, ellos querían fabricar armas, mantener alimentados a sus soldados con alimentos frescos y baratos, no tenían tiempo ni recursos para la pastelería ni para los dulces. Y lo que es igual de grave: una plaga afectó a nuestras plantaciones, una de esas plagas difíciles de controlar, más o menos como el virus que hoy nos amenaza, solo que esa plaga afectaba a los árboles y de manera indirecta a los seres humanos: trabajadores que se quedaban sin empleo, familias que perdían sus tierras, gente obligada a viajar a otro lugar con la esperanza de encontrar una vida mejor…
En Europa, mientras tanto, habían surgido desde hace ya varios años nuevas tendencias de pensamiento político: el anarquismo, el socialismo y el comunismo. Como parte de la agitación de la Primera Guerra Mundial, en Rusia estalla la revolución de 1917 y de pronto el mundo es por entero distinto. Acá tardan en llegar esas ideas y encontramos que mayo de 1926 se funda el Partido Socialista Ecuatoriano y en 1931 este se divide para dar lugar al Partido Comunista Ecuatoriano.
Bueno, bueno, es mucho que procesar y tenemos todavía mucho por pintar. No hagamos el fondo tan detallado que luego no nos queden fuerzas para las figuras principales. Solo digamos que estos eventos tienen gran importancia porque así como el COVID-19 afecta ahora nuestras vidas (no nos permite encontrarnos con amigos de la misma forma en que lo hacíamos antes, nos impide asistir a clases de manera presencial, nos obliga a tomar precauciones, entre muchas otras cosas), las circunstancias de aquella época afectaron a los escritores y en gran medida contribuyeron a formar su idea de la importancia de la literatura.
Así que ahora mencionemos a los personajes de nuestra pintura. Tenemos muchos abogados. Muchísimos. Uno de ellos se llama José de la Cuadra. Defendía a campesinos, mujeres, pescadores y por eso viajaba con frecuencia a las provincias de Guayas, Los Ríos y Manabí. Rara vez les cobraba más que unos centavos. Era militante de izquierdas y se afilió al Partido Socialista Ecuatoriano. Tenía la costumbre de viajar río adentro hasta pueblitos costeños escondidos donde escuchaba las historias de sus habitantes. Sus obras se nutren de esas experiencias, de su visión política y de las leyendas y hechos que escuchaba, de las formas de hablar que percibía, de los paisajes que sus ojos veían, de los sueños que en el río se formaban. Alguna vez dijo que su única y verdadera pasión era el pueblo. Antes, la literatura ecuatoriana solo presentaba a personajes que más parecían europeos que mestizos, cholos, indígenas, negros. En ese momento, el grado de analfabetismo era un desastre. No tenemos cifras exactas, pero la historiadora Mireya Salgado menciona que en 1906 más del 36% de la población no sabía leer ni escribir. Por eso, la respuesta que José de la Cuadra dio a la pregunta de qué importancia podía tener la literatura en su época fue la de dar voz a los que no tienen voz.
Encontramos así una de las principales características de las novelas y los cuentos de lo que llamamos Generación del 30: dar voz a los que no tienen voz. Aquello implicaba no solo incluir como personajes de esas historias a los montuvios, negros e indígenas, sino que también suponía imitar su habla, sin omitir lo que podríamos considerar entre comillas “errores gramaticales u ortográficos”.
Estos rasgos también los encontramos en un personaje fascinante. Alfredo Pareja Diezcanseco asistió como oyente a clases de leyes, pero no se graduó de abogado. Por un tiempo trabajó como grumete (osea, aprendiz) en un barco que iba a Nueva York. Allí fue mesero, contrabandista de alcohol y profesor de español. Luego fue comerciante de medicinas y luego, profesor de historia. Publicó en 1938 una novela maravillosa. Se titula Baldomera y cuenta la vida de una mujer afroamericana, de clase baja, muy pobre, vendedora ambulante de muchines en la calle. Baldomera asume el liderazgo para conducir a obreros y pobres como ella a protestar por sus salarios, derechos y dignidad. Es una novela conmovedora y seguro que te gustaría. Con ella, Pareja Diezcanseco responde a nuestra pregunta de para qué importa el arte: según él, es necesario denunciar las situaciones injustas y extremas, analizar las problemáticas sociales y políticas y dar a las personas una conciencia que les permita cambiar su realidad.
José de la Cuadra y Alfredo Pareja Diezcanseco estaban acompañados en su visión de la literatura por otros tres autores: Enrique Gil Gilbert, de quien el poeta Pablo Neruda dijo que le gustaba su risa estridente y contagiosa, Demetrio Aguilera Malta, quien también estudió Jurisprudencia (faltaba más) y produjo la primera película a color hecha en Brasil con su compañía Arco Iris Film, y finalmente Joaquín Gallegos Lara, quien sufría una atrofia en ambas piernas debida a una rara enfermedad de tuberculosis en la médula espinal, lo cual no le impidió mantener una intensa actividad política: tenía un empleado llamado Juan Falcón que lo llevaba sobre sus hombros y cuando una protesta era reprimida por la policía, Falcón lo dejaba sobre un hidrante de bomberos y salía corriendo, así que tomaban preso a Joaquín y luego había que sacarlo de la cárcel.
Estos cinco nombres conforman el Grupo de Guayaquil, quizá el más influyente en la literatura ecuatoriana. Sin duda en ese periodo fueron todos escritores muy importantes. En sus obras retratan la violencia en las ciudades y en el campo, los conflictos íntimos de personas marginadas, así como las tensiones sociales, los problemas como la pobreza y el maltrato. A esta forma de hacer y pensar la literatura se la llama “realismo social”.
Hubo un narrador de la misma época que se alejó de dicha propuesta. ¿Adivinas quién es? Es Pablo Palacio. Un escritor lojano de quien se dice que cuando era niño rodó por una ladera y se fracturó el cráneo, resultado de lo cual fue su genialidad o su locura. También estudió leyes. Otro abogado. También adoptó una postura crítica frente a la sociedad. Pero sus personajes eran otros. Muchos de ellos considerados monstruos por el orden social: un antrófago, unas siamesas que son una doble y única mujer, un huérfano, gente perdida entre la multitud de una ciudad, gente vista y no vista, gente evitada, gente matada. Palacio, sin embargo, no se afilia a ninguna tendencia política. Lo que pretende con su literatura es, por usar sus propias palabras, el «descrédito de la realidad». En sus cuentos y novelas pretendía, en primer lugar, retratar fielmente un hecho, una circunstancia, un personaje, una sociedad entera, para luego invitar al “asco”, al repudio. Y claro que hay razones para ello. ¿No es terrible la mendicidad y no es tan terrible como la mendicidad el que pasemos frente a un mendigo sin hacer nada, sin un gesto de amabilidad, de apoyo? Por eso, Palacio ridiculiza su entorno y su época, hace ver lo absurdo de la vida en la ciudad y la inquietud personal de quienes no se hallan en ese espacio, de quienes buscan una salida de ese lugar aprisionante a través del amor, la lucha política o la locura, pero encuentran nada más que sus limitaciones como seres humanos, sus contradicciones y las de otros. ¿Cuál era, entonces, la razón de la literatura para Pablo Palacio? Quizá la duda: preguntarse por la realidad, cuestionarla, ingresar en la neblina de lo incierto, no dar falsas definiciones de la vida, no creer que la existencia es tan limitada como para encapsularla.